miércoles, 11 de septiembre de 2013

HUELE A DIOS

HUELE A DIOS

Un frío viento de marzo llevaba un olor a muerte en la noche de Dallas, Texas, mientras llegaba el doctor.
Entró en la habitación de Diana Blessing, que todavía estaba bajo los efectos de la anestesia por la operación. Su esposo, David, le cogió de la mano esperando las últimas noticias.

Esa tarde del 10 de marzo de 1991, las complicaciones obligaron a que Diana se sometiera a una cesárea después de 24 semanas de gestación, para que naciera la hija de la pareja, Dana Lu Blessing.

Con 12 pulgadas de altura y pesando apenas 714 gramos, ellos ya sabían que era peligrosamente prematura.

Las palabras del médico cayeron como una bomba: "No creo que lo logre" -dijo. "Hay solamente un 10% de posibilidades de que pase la noche; y aún si lo logra, su futuro podría ser muy cruel".

David y Diana escucharon al doctor describir los posibles problemas que Dana tendría que enfrentar si salía adelante: - "Nunca caminará, nunca hablará, probablemente sea ciega y propensa a otras condiciones que podrían ser desde parálisis cerebral a un completo retardo mental, etc.".

- "¡No, no!". Fue lo único que Diana podía decir.


Ella y David, con su hijo de 5 años, habían soñado durante mucho tiempo el aumentar la familia con la llegada de una hija... y, en unas horas, ese sueño se diluía.
Al pasar los primeros días, surgió una nueva agonía para David y Diana. Debido a que el sistema nervioso de Dana estaba esencialmente en "bruto", el más suave beso o caricia solamente aumentaba su incomodidad. Así que ni siquiera podían poner a su hijita en su pecho para ofrecerle la fortaleza de su amor.
Todo lo que ellos podían hacer, mientras Dana luchaba sola bajo la luz ultravioleta en el enredo de tubos y cables, era rezar a Dios para que estuviera cerca de su preciosa hija.
No había momento en que Dana se fortaleciera.
Pero a medida que pasaban las semanas, ganaba lentamente unos gramos.

Dana alcanzó los dos meses de vida y sus padres pudieron abrazarla por primera vez. Y dos meses después, los doctores continuaban con sus difíciles expectativas de vida. No tendría una vida normal.
Dana se fue a casa desde el hospital tal y como su madre había dicho.
Cinco años después, Dana se convirtió en una preciosa niña sana. No mostraba ningún síntoma de los que los doctores habían predicho.

Una tarde de verano de 1996, Dana estaba sentada con su mamá en la gradería de un campo deportivo mientras su hermano practicaba baseball. Como siempre, ella no paraba de hablar. Pero durante un momento se quedó callada. Cruzando los brazos sobre el pecho, le preguntó a su madre: "¿Hueles eso?".
Olfateando el aire y detectando que se acercaba una tormenta, Diana le respondió: "Sí, huele a lluvia".
Dana cerró los ojos y volvió a preguntar: "¿Hueles eso?". Nuevamente su madre le respondió: "Si. Pienso que nos vamos a mojar. Huele a lluvia".


Dana movió la cabeza, se acarició sus hombres y dijo fuertemente: "No, huele a Él. Huele como a Dios cuando apoyas la cabeza en su pecho".


Saltaron las lágrimas de los ojos de Diana mientras Dana, feliz, iba a jugar con otros niños.
Antes de que empezara a llover, las palabras de su hija confirmaron lo que Diana y toda su familia sabían, al menos en sus corazones.
Durante aquellos largos días de sus primeros meses de vida, cuando los nervios de la niña eran demasiado sensibles como para que la tocaran, Dios abrazaba a Dana en su pecho... y fue su aroma el que ella recordaba tan bien.




HUELE A DIOS - Un frío viento de marzo llevaba un olor a muerte en la noche de Dallas, Texas, mientras llegaba el doctor. Entró en la habitación de Diana Blessing, que todavía estaba bajo los efectos de la anestesia por la operación. Su esposo, David, le cogió de la mano esperando las últimas noticias. Esa tarde del 10 de marzo de 1991, las complicaciones obligaron a que Diana se sometiera a una cesárea después de 24 semanas de gestación, para que naciera la hija de la pareja, Dana Lu Blessing. Con 12 pulgadas de altura y pesando apenas 714 gramos, ellos ya sabían que era peligrosamente prematura. Las palabras del médico cayeron como una bomba: "No creo que lo logre" -dijo. "Hay solamente un 10% de posibilidades de que pase la noche; y aún si lo logra, su futuro podría ser muy cruel". David y Diana escucharon al doctor describir los posibles problemas que Dana tendría que enfrentar si salía adelante: - "Nunca caminará, nunca hablará, probablemente sea ciega y propensa a otras condiciones que podrían ser desde parálisis cerebral a un completo retardo mental, etc.". - "¡No, no!". Fue lo único que Diana podía decir. Ella y David, con su hijo de 5 años, habían soñado durante mucho tiempo el aumentar la familia con la llegada de una hija... y, en unas horas, ese sueño se diluía. Al pasar los primeros días, surgió una nueva agonía para David y Diana. Debido a que el sistema nervioso de Dana estaba esencialmente en "bruto", el más suave beso o caricia solamente aumentaba su incomodidad. Así que ni siquiera podían poner a su hijita en su pecho para ofrecerle la fortaleza de su amor. Todo lo que ellos podían hacer, mientras Dana luchaba sola bajo la luz ultravioleta en el enredo de tubos y cables, era rezar a Dios para que estuviera cerca de su preciosa hija. No había momento en que Dana se fortaleciera. Pero a medida que pasaban las semanas, ganaba lentamente unos gramos. Dana alcanzó los dos meses de vida y sus padres pudieron abrazarla por primera vez. Y dos meses después, los doctores continuaban con sus difíciles expectativas de vida. No tendría una vida normal. Dana se fue a casa desde el hospital tal y como su madre había dicho. Cinco años después, Dana se convirtió en una preciosa niña sana. No mostraba ningún síntoma de los que los doctores habían predicho. Una tarde de verano de 1996, Dana estaba sentada con su mamá en la gradería de un campo deportivo mientras su hermano practicaba baseball. Como siempre, ella no paraba de hablar. Pero durante un momento se quedó callada. Cruzando los brazos sobre el pecho, le preguntó a su madre: "¿Hueles eso?". Olfateando el aire y detectando que se acercaba una tormenta, Diana le respondió: "Sí, huele a lluvia". Dana cerró los ojos y volvió a preguntar: "¿Hueles eso?". Nuevamente su madre le respondió: "Si. Pienso que nos vamos a mojar. Huele a lluvia". Dana movió la cabeza, se acarició sus hombres y dijo fuertemente: "No, huele a Él. Huele como a Dios cuando apoyas la cabeza en su pecho". Saltaron las lágrimas de los ojos de Diana mientras Dana, feliz, iba a jugar con otros niños. Antes de que empezara a llover, las palabras de su hija confirmaron lo que Diana y toda su familia sabían, al menos en sus corazones. Durante aquellos largos días de sus primeros meses de vida, cuando los nervios de la niña eran demasiado sensibles como para que la tocaran, Dios abrazaba a Dana en su pecho... y fue su aroma el que ella recordaba tan bien. - Fotolog


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